lunedì 1 agosto 2011

SEDUZIONE

di Carlo Bordoni 

 

Al reparto biancheria intima lui colse il suo sguardo indiretto, sornione. Fece finta di scegliere fra alcuni boxer a colori vivaci e la sbirciò incuriosito, traguar­dando attraverso muti manichini e foulards penduli. Bionda, alta, tailleur classico. Un viso da bambola. Al massimo sulla trentina. Niente male. Un po’ rigida, avrebbe detto, ma con le curve al posto giusto. Lei av­vertì il suo sguardo e si voltò appena, sorridendo. Avvertì un tuffo al cuore. Era per lui! Incredibile, ma vero. A quarant’anni suonati gli capitava sempre più di rado che una donna lo guardasse con interesse. E quelle rare volte si sentiva rassicurato. Euforico. Il dolore alla gamba sinistra, che lo infastidiva da giorni, sparì per incanto. Tentò di contraccambiare il sorriso, ma non riuscì che a comporre una smorfia sulla sua faccia paonazza.

Lei socchiuse le labbra come per dire qualcosa e si incamminò con esasperante dondolio lungo i casalinghi. Rimase un attimo interdetto, il cuore che batteva forte per l’emozione. Poi, fin­gendo indifferenza, prese a seguirla nel grande magazzino. Abiti pronti, elettro­domestici, fai-da-te.
Alla cancelleria lei voltò a sinistra, attraversando il reparto giocattoli e ferman­dosi di fronte alla doppia porta del magazzino. Si voltò di scatto per accertarsi che l’avesse seguita, poi spinse i battenti e sparì senza rumore. Lui si guardò attorno, titubante. Nessuno faceva caso a loro. Spinse timidamente la porta e incontrò subito la mano fredda di lei che lo accompagnava oltre le alte casse degli imballaggi.
Lei gli si appoggiò contro con un gemito, piegando dolcemente il capo sulla spalla. Lui si sentì irrigidire e travolgere da una vampata di calore. Alzò le mani tremando e le passò le dita tra i capelli. Un po’ stopposi, ma la pelle era bianca, tesa, profumata. Le tolse la giacca del tailleur, poi fece cadere a terra la gonna, met­tendo in risalto le gambe perfette. Sorrideva con gli occhi socchiusi quando le fece scivolare le mutandine lungo i fianchi. Ma poi si fermò. Sotto le mutandine non c’era niente. Solo pelle bianca, un po’ arrossata all’inguine.
Una vera bambola.

 (dall'antologia Riso nero, Delos Books, Milano, 2010)

SEDUCCIÓN

di Carlo Bordoni 

 
Él captó su mirada indirecta, socarrona, en el departamento ropa interior. Simuló elegir entre algunos calzoncillos de colores vivaces y la miró con curiosidad, disimulando tras mudos maniquíes y bufandas de seda. 
Rubia, alta, traje clásico. Una cara de muñeca. A lo sumo unos treinta años. Nada mal. Algo rígida, diría, pero con las curvas en el sitio justo. Ella advirtió su mirada y se volvió apenas, sonriendo. Notó que el corazón le daba un salto. ¡Había sido por él! Increíble, pero verdadero. Con cuarenta años cumplidos era cada vez más raro que una mujer lo mirara con interés. Y aquellas raras veces se sentía rejuvenecido. Eufórico. 
El dolor a la pierna izquierda, que lo había fastidiado durante días, desapareció como por hechizo. Intentó devolver la sonrisa, pero sólo logró componer una mueca sobre la cara sonrojada. 
Ella estiró los labios como para decirle algo y se movió con un exasperante balanceo entre los artículos hogareños.  
Quedó un instante pasmado, con el corazón golpeándole fuerte por la emoción. Luego, fingiendo indiferencia, decidió seguirla por el gran almacén. Ropa de confección, electrodomésticos, hecho-para-ti.  
En la papelería ella giró a mano izquierda, atravesó el departamento de juguetes y se detuvo frente a la puerta doble del depósito. Se volvió con un chasquido para cerciorarse de que la hubiera seguido; luego empujó las hojas y desapareció sin ruido. 
Él miró a su alrededor, titubeando. Nadie los había visto. Empujó tímidamente la puerta y de inmediato se encontró con la mano fría de ella que lo acompañó más allá de las altas cajas de embalaje. 
Se apoyó contra él con un gemido, doblando dulcemente la cabeza sobre el hombro. Él se sintió atónito y atropellado por un fogonazo de calor. Levantó las manos temblando y le pasó los dedos por el cabello. Algo estoposo, pero la piel era blanca, tersa, perfumada. Le sacó la chaqueta del traje, luego la falda se deslizó hasta el suelo, poniendo de relieve las piernas perfectas. Sonrió con los ojos entornados cuando le hizo resbalar las braguitas a lo largo de las caderas. Pero luego se detuvo. Bajo las braguitas no había nada. Sólo piel blanca, algo más rojiza en la ingle. Una verdadera muñeca. 
 
© Copyright 2006 by Carlo Bordoni 
(Traducción del italiano: Sergio Gaut vel Hartman)

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